Si no se produce ninguna prórroga, el 29 de marzo de este año es el día fijado para que el Reino Unido abandone la Unión Europea. A continuación intentaremos hacer un resumen del camino recorrido hasta ahora y, aunque es muy difícil saber cuál será el resultado final, esbozaremos algunas posibilidades. También intentaremos extraer algunas conclusiones y lecciones que nos pueden resultar útiles.
¿Cómo ha llegado hasta aquí el Reino Unido?
El euroescepticismo ha sido fuerte en Inglaterra históricamente y, por lo tanto, en las élites políticas y mediáticas del Reino Unido. En 1973, el Reino Unido se adhirió a la Comunidad Económica Europea, precursora de la Unión Europea. Tras un largo debate, aquella decisión fue ratificada mediante referéndum en 1975. Desde entonces, ese debate ha resurgido en diferentes momentos, especialmente dentro del Partido Conservador, y a partir de la década de los 90 ha sido una de las principales fracturas en las filas conservadoras (tories), como se vio en el gobierno de John Major. Además, también entran en juego importantes factores culturales, empezando por los que se derivan de ser una isla, el hecho cierto de que algunos sectores nunca se han adaptado a la situación postimperial, la fuerza de un determinado relato sobre la II Guerra Mundial, el peso mismo de la historia (siempre en guerra con Francia-España-Alemania) y, cómo no, la actitud de los medios de comunicación y quienes los controlan y la influencia de los mensajes que difunden.
En ese contexto, David Cameron afrontaba las elecciones generales del Reino Unido de 2015 acuciado por problemas internos en su propio partido. Para superar esos problemas y cohesionar el partido, prometió que en caso de ganar las elecciones convocaría un referéndum para decidir si el Reino Unido permanecería dentro de la UE o la abandonaría. Hoy existe consenso en afirmar que aquella fue una decisión equivocada y un grave error de cálculo.
Según todas las encuestas, el Partido Conservador ganaría las elecciones pero necesitaría un socio para gobernar. Para ello tendría que contar con el Partido Liberal Demócrata, eurófilo convencido, lo cual anularía la opción del referéndum. Sin embargo, en las elecciones del 7 de mayo de 2015 el Partido Conservador de Cameron se hizo con la mayoría absoluta. Tenía que cumplir su programa, pero antes abrió una fase de negociación con la Unión Europea. Arrancó algunas concesiones, pero no fueron suficientes para satisfacer a los sectores eurófobos.
Así las cosas, Cameron convocó el referéndum para el 23 de junio de 2016. Seguramente, la campaña de aquel referéndum aparecerá en los libros de historia como ejemplo negativo, al igual que la campaña de Trump. Se mostraron partidarios de permanecer en la Unión Europea el Partido Laborista, algunos sectores del Partido Conservador (como la propia Theresa May), el Partido Liberal Demócrata, el SNP (que para entonces era el tercer mayor partido del Reino Unido), el Plaid Cymru galés y el Partido Verde. A favor del Brexit se posicionaron algunas figuras importantes del Partido Conservador (como Boris Johnson), el UKIP y varios periódicos. Un sector minoritario de izquierdas también hizo campaña a favor del Brexit, pero no parece que su mensaje consiguiera tracción y hoy en día el proyecto conocido como Lexit (salida por la izquierda) no tiene casi ningún apoyo ni, mucho menos, relación de fuerzas para ejecutarse.
La campaña a favor del Brexit utilizó datos cuestionables y agitó el miedo a la inmigración. Por su parte, la campaña oficial a favor de permanecer en la Unión Europea se vinculó con conocidas personalidades e instituciones del establishment (bancos, patronales…). Por ejemplo, es bastante significativo el hecho de que, mientras el Gobierno de Escocia editó un Libro Blanco de 670 páginas con motivo del referéndum escocés, la campaña “Leave” (Salir) se limitó a sacar una especie de presentación de 36 páginas en formato .pdf que se podía consultar en Internet.
El resultado del referéndum fue el siguiente:
Resultado general: Salir 52%; Permanecer 48%; Abstención 28%
Inglaterra: Salir 53%; Permanecer 47%; Abstención 27%
Escocia: Salir 38%; Permanecer 62%; Abstención 33%
Gales: Salir 52,5%; Permanecer 47,5%; Abstención 29%
Los 6 condados (Irlanda): Salir 44%; Permanecer 56%; Abstención 39%
La primera consecuencia fue la dimisión de David Cameron. Su sucesora fue Theresa May, que hasta entonces había sido ministra del Interior y ministra de Mujer e Igualdad. Primero, siguiendo el procedimiento interno, fue nombrada líder del Partido Conservador, y en julio de 2016 se convirtió en primera ministra.
En marzo de 2017, el gobierno de May puso en marcha el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, comunicándole formalmente al Consejo de Europa su intención de abandonar la UE. Según la ley, eso abrió un plazo de 2 años para negociar y acordar (o no) las condiciones de la salida.
Durante todo este tiempo, el tipo de Brexit ha sido uno de los grandes debates en el Reino Unido. Es decir, si bien la ciudadanía del Reino Unido decidió abandonar la Unión Europea, hay muchas maneras de estar fuera de ella, y es ahí donde empezó a extenderse la terminología del Brexit duro o blando. El Brexit blando daría lugar a una situación similar a la de Noruega. Dicho resumidamente, consistiría en garantizar el libre movimiento de capitales, mano de obra (personas), mercancías y servicios; aceptar la mayoría de regulaciones de la Unión Europea (condiciones laborales, medio ambiente…); hacer un gran pago anual para participar en el libre comercio; no estar presente en los núcleos de decisión; etc. Pero, al mismo tiempo, supondría una recuperación de soberanía en determinados ámbitos (aguas territoriales y política pesquera, por ejemplo). Por el contrario, los sectores partidarios del Brexit remarcaron las características del Brexit duro a lo largo de toda la campaña: control total sobre las fronteras y la migración, libertad para hacer acuerdos comerciales con cualquier país, etc. La tesis de Brexit duro ha ido ganando posiciones, pero ese modelo conllevaba (y conlleva) algunos obstáculos importantes. El principal de ellos es la cuestión de la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, en la que profundizaremos más adelante.
Queriendo fortalecer su posición –tanto de cara a esas negociaciones como a nivel interno– May adelantó las elecciones. En los comicios del 8 de mayo de 2017 el Partido Conservador perdió la mayoría absoluta, lo cual, precisamente en contra de sus intenciones, debilitó la posición de May y le obligó a contar con el DUP, partido ultraunionista y derechista del Ulster.
A partir de entonces, las idas y venidas para negociar fueron constantes, en un esfuerzo por conciliar los inconciliables deseos de todas las partes. Como decíamos en diciembre: “El libre comercio con la Unión Europea es imposible sin no hay libre movimiento de la mano de obra (línea roja para los tories), y una situación sin libre comercio es imposible si no hay frontera (y aduana); esa frontera podría atravesar la isla de Irlanda (línea roja para la República de Irlanda y los sectores comprometidos con la paz en Irlanda) o podría estar entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña (anatema para los unionistas del Ulster y para los tories)”.
Finalmente, en noviembre de 2018 se llegó a un acuerdo de compromiso. Pero dicho acuerdo no ha contentado a casi nadie: ni a los partidarios de permanecer en la Unión Europea, porque no quieren salir de la UE; ni a los partidarios del Brexit blando, porque es demasiado duro (no garantiza la unidad de mercado); ni a los partidarios del Brexit duro o el no acuerdo, porque establece un periodo de transición demasiado largo y no concreta plazos para salir de la unión aduanera (esa es la medida de compromiso para evitar la frontera de Irlanda); ni a los unionistas del Ulster, por parecidas razones… Por todo ello, en diciembre Theresa May tuvo que afrontar una moción de confianza en el seno de su propio partido. La ganó con el compromiso de no volver a presentarse al cargo de primera ministra, y durante 12 meses no se le podrá volver a plantear una falta de confianza desde dentro del partido.
Mientras tanto, a iniciativa de un grupo de parlamentarios escoceses y por encima de los obstáculos del Gobierno del Reino Unido, el 10 de diciembre la Corte Europea de Justicia con sede en Luxemburgo dictaminó que un estado miembro (en este caso, el Reino Unido) puede rechazar unilateralmente el artículo 50, es decir, que el Reino Unido podría suspender el Brexit sin necesidad de contar con el visto bueno de la Unión Europea. Eso sí, tendría que hacerlo antes de la fecha de salida.
El 15 de enero de 2019, y tras un debate de cinco días, la Cámara de los Comunes de Westminster le dio un no rotundo al acuerdo entre el gobierno de May y la Unión Europea. El fracaso tiene una dimensión histórica, pues May perdió la votación por 230 votos. Hasta entonces, la mayor derrota de la historia se produjo por 166 votos, en el año 1924. Esa misma noche, el líder del Partido Laborista y de la oposición, Jeremy Corbyn, presentó una moción de censura que se debatió y votó el 16 de enero, donde Theresa May ganó la confianza de la cámara por un estrecho margen de 19 votos, y comenzó una ronda de conversaciones con distintos partidos. La dirección del Partido Laborista se negó inicialmente a participar en las conversaciones porque May no aceptó quitar de encima de la mesa el Brexit sin acuerdo.
Las consecuencias hasta la fecha y las posiciones de los agentes
Las consecuencias de esta secuencia de acontecimientos se han dejado sentir en una multitud de aspectos. Desde la depreciación de la libra esterlina hasta las declaraciones de gobernantes españoles sobre Gibraltar. Una de las principales consecuencias es la debilitación de la unidad del Reino Unido, tanto en lo que respecta a Escocia, como a los seis condados del norte de Irlanda todavía bajo control británico. El resultado favorable al Brexit es fundamentalmente un resultado inglés, que por su apabullante superioridad demográfica marca el resultado del Reino Unido en su conjunto. Sin embargo, las mayorías tanto en Escocia como en Irlanda del Norte fueron claras a favor de permanecer en la UE. Vayamos por partes.
El Scottish National Party (SNP) concurrió a los comicios escoceses de 2016 con un programa en el que se comprometía a no convocar un nuevo referéndum de independencia “excepto en el caso de que las circunstancias materiales del referéndum de 2014 cambiaran significativamente, como por ejemplo el que se arrastrara a Escocia fuera de la UE en contra de su voluntad”. Esta circunstancia es precisamente la que ha ocurrido y a este mandato democrático (refrendado en las urnas escocesas con una mayoría importante, cercana a la absoluta) se le suman el mandato del propio parlamento escocés contrario al Brexit y su victoria en las elecciones británicas de 2017 (36 escaños frente a los 23 que suman los tres partidos unionistas: Conservador, Laborista y Liberal-Demócrata).
El Gobierno Escocés repetidamente ha buscado un acomodo (técnica y políticamente factible) que no implique la independencia, pero Londres no escucha. Nicola Sturgeon ha demostrado ser una estadista de un calibre significativamente superior a sus contrapartes en Londres. Y lo ha hecho desde la empatía y los valores, como por ejemplo, declarando públicamente el día después del referendum que las personas llegadas de otras partes son valoradas y queridas en Escocia y que defendería su derecho a seguir viviendo allí en igualdad de condiciones. Hoy por hoy, el SNP en Westminster está dispuesto a apoyar un gobierno Laborista en minoría y/o un segundo referéndum sobre el Brexit.
Las encuestas auguran un probable incremento del apoyo a la independencia en caso de un Brexit duro o sin acuerdo. Sin embargo, no está claro que el Gobierno Escocés tenga potestad legal para convocar un referéndum sobre la independencia, y el gobierno de May se aferra a que “ahora no es el momento”. La opinión publicada de importantes agentes europeos acerca de una hipotética independencia de Escocia y la facilidad de reingresar a la UE han variado notablemente respecto de 2014. Ahora la música suena mucho más favorable a Escocia.
Uno de los principales escollos para el Brexit es el Acuerdo de Viernes Santo
La UE es parte del acuerdo y ha apoyado el proceso de paz en Irlanda política, técnica y económicamente. Así, el hecho de que el Reino Unido salga efectivamente de la unión aduanera implica necesariamente que haya controles aduaneros en sus fronteras, lo cual incluye la frontera entre los seis Condados y el resto de Irlanda. Esto es contrario al Acuerdo de Viernes Santo, implica dificultades para la vida diaria de los y las habitantes a ambos lados de esa frontera, es un obstáculo para la economía Irlandesa -que se ha integrado considerablemente en los últimos 20 años- y, por si esto fuera poco, abriría la posibilidad de un lucrativo negocio de contrabando que posiblemente revertiría en grupos armados contrarios al proceso de paz, y que además tendrían objetivos militares fácilmente identificables en las estructuras fronterizas.
Esto convierte la cuestión de una frontera que atraviese la isla de Irlanda en una línea roja para el Sinn Féin y para el Gobierno de la República Irlandesa. Este aspecto subraya la importancia de ser un estado independiente con voz y voto en la UE, puesto que sus demandas son escuchadas y apoyadas por las estructuras del club europeo.
La alternativa sería que los seis Condados se mantuvieran dentro de la unión aduanera y hubiera controles aduaneros en los puertos de la isla de Gran Bretaña. A su vez, esto es anatema para los unionistas norirlandeses (el DUP) y para los sectores más nacionalistas del Partido Conservador porque implica un “desmembramiento” de la unidad del Reino Unido.
Aquí es donde entra en juego el famoso “backstop”; un mecanismo transitorio que trata de evitar este problema en lo inmediato. Se trata de que todo el Reino Unido continúe temporalmente dentro de la unión aduanera, evitando la necesidad de instalar una frontera física, hasta que se llegue a una solución acordada. Sin embargo, esta solución de compromiso se ha convertido también en uno de los principales caballos de batalla puesto que, por un lado, no tiene fecha límite y, por otro, el DUP desconfía de que finalmente no acabe derivando en el mencionado “desmembramiento”.
Las encuestas en los seis Condados sugieren una mayoría importante a favor de la reunificación de la isla en caso de un Brexit duro o sin acuerdo, lo cual contrasta con el mantenimiento de la división sectaria-identitaria en las circunscripciones en las que ganan los unionistas. El Sinn Féin está jugando un importante papel, con relativamente poca proyección pública, reforzando su papel de interlocutor serio y dispuesto a actuar a favor del bien común. Ha centrado su trabajo en Bruselas, a través de sus europarlamentarias (tanto del norte como del sur de la isla) y en Dublín. Sin hacer grandes aspavientos en cuanto a una posible “border poll” o referéndum de reunificación, no ha dejado de recordar que puede ser la única manera de hacer respetar la voluntad de los y las habitantes de los seis condados en cuanto a la UE.
En resumen, la ruptura entre diferentes polis en el Reino Unido es patente, con escalas de valores y preferencias políticas cada vez más diferenciadas entre ellas o la diferencia entre las actitudes sociales, económicas o hacia los “extranjeros”, de las poblaciones de las naciones que componen el Reino (des)Unido.
En Westminster, el Partido Laborista tiene un papel complicado. Por un lado, necesita urgentemente llegar al gobierno para empezar a revertir la década de austeridad y sus dramáticas consecuencias para los y las ciudadanas de a pie. Por otro, tener que gestionar el mandato de salir de la UE sería un cáliz envenenado. Se encuentra bajo presión por parte de cada vez más sectores progresistas para que se posicione a favor de un segundo referéndum sobre la UE con la posibilidad de continuar dentro en la papeleta. Su plan para respetar el resultado del referéndum y minimizar los efectos negativos es un Brexit más blando, con continuidad de la unión aduanera y posiblemente del mercado común, de las protecciones de derechos laborales (en este aspecto la UE ha jugado un papel moderador de los extremismos neoliberales de los tories) y de las regulaciones medioambientales (íbid.).
El partido Tory o Conservador es hoy una jaula de grillos entre partidarios de un Brexit sin acuerdo, partidarios del acuerdo de May y partidarios de permanecer en la UE. Hoy por hoy, lo único que les mantiene unidos (comparemos los resultados de las votaciones del acuerdo UE-May y de la moción de confianza) es el horror que les provoca la posible apertura de un ciclo de cambio progresista en lo económico y social liderado por Jeremy Corbyn.
Brevemente, hay que mencionar la posición de la propia UE. No parece que esta institución intergubernamental carezca de buena voluntad respecto a su todavía socio, el Reino Unido. Sin embargo, el acuerdo que el Gobierno del Reino Unido no ha sido capaz de aprobar en sede parlamentaria es fruto de un complicado equilibrio entre socios y hay muy poco margen de maniobra para modificarlo sin que el proyecto entero se vea amenazado por las demandas de los diferentes estados. Hay que recordar las pulsiones antieuropeístas de la mano de las derechas en el este de Europa y los pulsos con Italia. Todo esto en un contexto de tremenda desafección para con las élites políticas y económicas y un muy preocupante resurgimiento de las extremas derechas en cada uno de los contextos estatales o nacionales.
Posibles escenarios y sus consecuencias
Si algún militante de Sortu que está leyendo esto esperaba alguna pista de lo que va a ocurrir, es el momento de desilusionarles. Hoy por hoy nadie sabe qué es lo que va a ocurrir. No hay mayorías en la Cámara de los Comunes para ninguna opción y los cruces de intereses partidistas, nacionales, de clase, privados e individuales hacen imposible ningún pronóstico fiable.
Los escenarios posibles son -en orden tentativo de probabilidades-:
- Un aplazamiento de la fecha del Brexit que permita abrir más opciones. Es probable que la UE ponga como condición que haya “buenas razones” para este aplazamiento, puesto que llegaría más allá de las elecciones europeas de mayo y requerirá ingeniería jurídica en cuanto a la representación británica en el Parlamento Europeo. Estas razones podrían incluir elecciones generales en el Reino Unido o incluso un segundo referéndum.
- Un Brexit sin acuerdo (con tremendas consecuencias negativas en el corto y medio plazo, especialmente para las clases populares). Esta opción no es deseada en público por casi nadie, pero es considerada preferible al acuerdo de May por el ala más reaccionaria de los Tories y el DUP, tiene tracción en una parte importante de la población inglesa y podría ocurrir “por error”. A juicio de relevantes voces de Westminster, May está jugando a agotar el tiempo para plantear la siguiente disyuntiva: mi acuerdo o ningún acuerdo. Es un juego arriesgado, dejémoslo ahí.
- Un Brexit más suave (con permanencia en la unión aduanera, p.ej.) con apoyo de la mayor parte de los Conservadores y una parte del laborismo, como mal menor antes que un Brexit sin acuerdo y probable escisión en el Partido Conservador. Conllevaría una renegociación principalmente simbólica del acuerdo y -más factible- modificaciones en la declaración política de intenciones para el período de transición y la futura relación UE-RU.
-Una cancelación total del Brexit, vía un segundo referéndum. Esto probablemente acarrearía una ruptura en el partido Conservador y elecciones generales.
Como hemos dicho, hoy por hoy no hay mayoría parlamentaria para ninguna de estas opciones y la movilización social está polarizada entre los partidarios del Brexit cueste lo que cueste y quienes exigen un segundo referéndum.
Entretanto, en la última semana de enero vimos una sucesión de enmiendas al acuerdo de May, mediante las cuales la Cámara de los Comunes trató de clarificar qué tipo de acuerdo podría concitar el apoyo de una mayoría y, a su vez, tomar el control del proceso en vista de la incapacidad del Gobierno (y sus propias divisiones internas). El resultado fue un mandato parlamentario para que May buscara “soluciones alternativas” a la solución de compromiso para Irlanda (el Backstop) y otro mandato que expresaba el deseo de la mayoría parlamentaria de que no se produzca un Brexit sin acuerdo.
May, por su parte, insiste en no descartar un Brexit sin acuerdo (oficialmente para reforzar su posición negociadora) y ha dicho que va a volver a hablar con sus interlocutores europeos. Sin embargo el hastío es grande y el margen de maniobra escaso. No parece que haya posibilidades de renegociar el Backstop para Irlanda y el propio presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, declaró el 6 de febrero, en rueda de prensa conjunta con el Primer Ministro Irlandés que la principal prioridad para la UE es asegurar la ausencia de una frontera en Irlanda, subrayando su compromiso con la paz. Esta figura principal en las negociaciones con el Reino Unido se desvió del habitual lenguaje diplomático y medido para asegurar, al final de dicha rueda de prensa que se “pregunta cómo será el sitio especial reservado en el infierno para aquellos que promovieron el Brexit sin siquiera tener un borrador de un plan para llevarlo a cabo”. Síntoma del hastío que comentábamos.
Sin embargo se acordaron algunos cambios en la declaración política que acompaña al acuerdo mediante los cuales se trató de superar las suspicacias del DUP y los conservadores favorables al Brexit duro en cuanto al backstop irlandés y la no permanencia indefinida en la unión aduanera. Estos esfuerzos pronto se demostrarían baldíos.
Durante los días 12, 13 y 14 de mayo se produjo otra serie de votaciones en la Cámara de los Comunes en Westminster. La primera fue un segundo rotundo rechazo al acuerdo UE-May (esta vez por 149 votos frente a los 211 de enero). La segunda fue un rechazo explícito al “no deal” o Brexit sin acuerdo. Si bien esta votación resulta significativa políticamente, no puede tener efectos prácticos puesto que, llegados a las fechas en las que se llevó a cabo, sin tiempo ni voluntad de renegociar, o bien se aprueba el acuerdo, o bien no hay acuerdo. Como comentaron ilustrativamente fuentes de la UE, “es como que el Titanic vote a favor de que el iceberg se quite de en medio”.
Finalmente, el 14 de febrero la cámara aprobó por 211 votos de diferencia solicitar un aplazamiento del Brexit. A la hora de escribir, está por ver la respuesta que la UE dé a la solicitud. Por el momento no hay consenso, con diferentes estados expresando posturas favorables a cualquier aplazamiento o sólo a un aplazamiento más largo o contrarias a aplazamiento alguno. El gobierno conservador se encuentra sumido en el caos, con muestras extremas de ello com el Ministro Para el Brexit defendiendo una moción gubernamental en la cámara para acto seguido votar en contra del gobierno del que forma parte.
Es difícil vislumbrar el futuro inmediato, si bien parece claro que habrá algún tipo de aplazamiento, a no ser que la amenaza de aplazar el Brexit sine die baste para que los más fervientes brexitisas en el partido Conservador y el DUP se decidan a apoyar el acuerdo EU-May, como mal menor, en la tercera votación el 19 ó 20 de marzo.
Tiempos interesantes sin duda.
Quizás, si pudiéramos intentar sacar algún tipo de conclusión de todo esto desde el punto de vista de nuestro incipiente Proceso Independentista, y como sugerencia abierta al debate, podríamos plantear las siguientes:
- La necesidad imperiosa para Euskal Herria de tener un estado propio.
- La complejidad de los equilibrios internacionales y la necesidad, para moverse en esas aguas, de aparecer como país.
- La necesidad de unos medios de información y opinión honestos, profesionales y que no respondan a intereses espurios, que permitan a la población formarse y conformar sus ideas basadas en la realidad de los hechos.
- La necesidad, sobre todas las cosas, de tener un plan de país sólido, factible y con el apoyo de las mayorías sociales y políticas.
07.05.2015 Cameron gana las elecciones generales.
23.06.2016 El Brexit gana el referéndum.
24.06.2016 Dimisión de David Cameron.
13.07.2016 Theresa May primera ministra.
29.03.2017 El Reino Unido hace llegar el artículo 50 del Tratado de la UE.
08.06.2017 Elecciones generales. El Partido Conservador pierde la mayoría absoluta.
Julio de 2018 El Gobierno del Reino Unido lanza una propuesta de acuerdo.
Noviembre de 2018 Acuerdo entre el Gobierno del Reino Unido y la UE.
10.12.2018 May retrasa la votación sobre el acuerdo.
12.12.2018 May gana la moción de confianza dentro del partido.
15.01.2019 La Cámara de los Comunes rechaza el acuerdo (432-202). Jeremy Corbyn presenta una moción de censura.
15.01.2019 Moción de censura. Theresa May la gana por 19 votos.
29.01.2019 Debate de enmiendas y votación.
30.01.2019 Comienzan los intentos por renegociar algunos apartados del acuerdo.
12.03.2019 Segunda derrota del acuerdo UE- May (por 149 votos)en la Cámara de los Comunes
13.03.2019 La Cámara de los Comunes vota en contar de una salida sin acuerdo por 49 votos
14.03.2019 Otra votación aprueba pedir un aplazamiento del Brexit de tres meses
19.03.2019 Probable fecha del tercer intento de aprobar el acuerdo UE-May
21-22.03.2019 Reunión del Consejo Europeo. Última fecha para acordar aplazamiento.
29.03.2019 Día del Brexit (?) y comienzo del periodo de transición.
23-26.05.2019 Elecciones europeas.
29.03.2019 Día del Brexit (?) y comienzo del periodo de transición.
2019-2020 Negociación sobre las relaciones comerciales posteriores al acuerdo de salida.
Diciembre de 2020 Final del periodo de transición (o solicitud de prórroga, según las negociaciones).